miércoles, 23 de agosto de 2006

La campiña en España

Mis manos estaban bañadas en sangre. Su sangre. Sus horrorizados ojos verdes estaban fijos en mí. No dijo palabra. Tres certeras puñaladas se lo impedían. Lo que no le impidieron, lo que fomentaron esas tres puñaladas fue que muriera en medio de aquella campiña.

La campiña en España era un sueño, ahora una realidad que le contagié a mi esposo. Ahorramos y ahorramos y al final adquirimos la propiedad. En DR todos nos felicitaban por tanto éxito. Esa campiña era la adoración de mi esposo, esa campiña y yo.

Sin embargo, mientras la campiña solo le daba alegrías, yo no. Desagradables sueños recurrentes y migrañas me quitaban los deseos de vivir. Mi esposo sufría aquello igual o más que yo, y docto cual es, me puso en manos de un psiquiatra para buscar la fuente del problema.

No escarbaría muy profundo aquel doctor. No tendría que hipnotizarme. Yo le dije todo. Le confesé por qué llevo tantos años con insomnio, por qué mi adicción al tabaco… Por un muchacho a quien desafortunadamente conocí en la adolescencia.

El doctor sudaba al escuchar las torturas que planeaba para él y yo sé que le causé alguna que otra pesadilla.

Una mandarria
Un taladro eléctrico
Una gran piedra
Un cuchillo de carnicero
Un soplete

Me preguntó el medico por qué aquel odio que tanto daño me hacía…
… porque corría mayo del 90. Mi madre había dispuesto un viaje para ese mes entero dejándome a cargo de mis hermanos y bajo la tutela de mi padre. Este, hijo de ancianos, tuvo que hacer un viaje de emergencia ante la gravedad de uno de ellos. Dejó a mis hermanos menores con una tía y no pudiendo avisarme porque no estaba en casa a la hora de la noticia, dejó una nota en la puerta para avisarme lo sucedido y remitiéndome a donde mi tía.

Pero ya era tarde, muy tarde. La calle estaba desierta. ¿Dormir en el suelo? No! Me dijo mi vecino. Un año de vivir al lado de nuestra casa lo había consolidado como amigo de la familia. Todo dentro de mí agradecía la ayuda de aquel vecino. Pero esa misma noche sangre mía tocó sus sabanas. Aprovechando la situación mi vecino se robó mis inocentes 14 años.

El doctor me dice que ya es hora de olvidarlo. Que muchas personas son violadas y no mantienen ese odio tantos años. Dieciséis para ser exactos. El dice que no entiende por qué si me va tan bien en la vida no he logrado superarlo. Yo tampoco entiendo. Es difícil entender las ganas de matar.

Después de aquello no volví a ver a mi vecino nunca. Era como si el supiera lo que despertó en mi. Aun vivía ahí pero era como invisible. Aquel diciembre nos mudamos por una mejora económica, pero ya el insomnio me había atrapado y pasaba las noches planeando jugadas de blackjack o leyendo libros casa vez más oscuros. Entonces surgió la migraña, justo al cumplir los 15, tal vez por los meses sin dormir y por tanto y tanto odio… tal vez.

Aquel sueño de la campiña en España era el único dulce. Surgía tal vez una vez al año, solo un día al año mi sueño era tranquilo. Nunca dije nada a nadie, nadie notó que no dormía. Si les conté a mis padres el sueño de la campiña y ellos me escuchaban divertidos y me instaban a luchar para lograrlo.

Los años trajeron todo menos el olvido. Éxito, progreso, matrimonio e hijos, no en ese orden. Mi esposo, por el cual doy gracias al cielo, hombre amante y comprensivo sufría conmigo mi insomnio, mis pesadillas y mi migraña. ¿Una campiña en España te haría feliz? Me preguntó, yo asentía por no preocuparlo.

Ante la realización del sueño adolescente mis síntomas eran iguales. Nada calmó esta angustia hasta que logré hacer que mi vecino abonara con su putrefacto cuerpo las uvas que nos comeríamos al siguiente verano.

No hay comentarios.: